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Haendel y el himno de la Champions

Hay dos disciplinas en las cuales la frase bíblica “nadie es profeta en su propia tierra” han llegado al extremo. Dos disciplinas en las que ha llegado a ser habitual que alguien ajeno a la propia tierra sea erigido como un emblema o un símbolo de un lugar que no es el suyo. Dos disciplinas por encima de todas las demás. La música y el fútbol. Los músicos que ya desde el siglo XVII emigraban para llevar su arte a quien quisiera disfrutarlo, y los futbolistas que a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI se han echado el equipo a la espalda en estadios lejos de su hogar. Como Messi o Cristiano. Como Haydn o Haendel.


La llegada de Haendel a Inglaterra


Cuando en 1727 Georg Friedrich Händel comenzó a escribir sus Himnos para la coronación del nuevo rey de Gran Bretaña, Jorge II, jamás pensó que dicha música llegaría hasta nuestros días de la manera en que lo ha hecho. Podría considerarse que el significante de la música no ha cambiado en ningún caso, ya que continua representando el alzamiento de un sujeto por encima del resto, la coronación de una entidad que domina a las otras desde la altitud, la llegada a lo más alto a la vista de todo el mundo.


Uno de los últimos documentos que firmó el rey predecesor, Jorge I, poco antes de morir fue el “Acta de naturalización” gracias a la cual el compositor alemán se convertía en ciudadano británico, adaptando su nombre para acercarlo al lenguaje anglosajón pasando a ser George Friederic Haendel.


Si pensamos en los diferentes estilos nacionales presentes en la música de Haendel, es admirable observar fue un gran representante de prácticamente todos los estilos importantes que dominaban la Europa del momento: italiano, francés, alemán, inglés… Su extensísimo legado musical incluye obras de todos los géneros de la época, desde óperas y oratorios a cantatas o concertos grossos. Sin embargo, el negocio musical y las grandes inversiones del momento se estaban produciendo en Inglaterra, y más concretamente en Londres.


Tras una estancia de cuatro años en Italia en que Haendel desarrolló unas cualidades como compositor de óperas magníficas, Haendel regresó a Alemania en 1710 donde alcanzó la dirección de la orquesta de Hanover. Un año más tarde, el 24 de febrero de 1711 se estrena en el teatro de Haymarket de la capital inglesa su ópera Rinaldo, expresamente encargada para la ocasión. El éxito fue inmediato y rápidamente la escena londinense demandó más música del compositor alemán, por lo que, en menos de un año, Haendel decidió establecerse en Londres, donde permaneció su residencia hasta el fin de sus días. La confianza que el pueblo inglés depositó en él fue total desde el principio y a través de su supervisión se creó el teatro real de la ópera, la Royal Academy of Music, de la que fue director y para la que compuso 14 óperas.


Sin embargo, el rey Jorge I no dudó ni un momento en utilizar la fama de Haendel como un arma política ante la sociedad londinense. Siete años después de la creación del Reino Unido en 1707, y tras la muerte de la reina Anne el 1 de agosto, él fue proclamado rey de entre todos los posibles candidatos. Pero no fue tarea fácil dominar un nuevo reino y las conjuras y rebeliones no cesaron. Además, su relación con su hijo y posible futuro sucesor, empeoraba por momentos, convirtiéndose el príncipe de Gales en el líder de la oposición al monarca. Haendel ya había trabajado anteriormente para Jorge I cuando era Elector de Hanover, pero cuando el compositor llegó a Inglaterra fue bajo el reinado de la reina Ana. Por ello, el rey consideró que poner de su parte al músico más famoso del momento sería un golpe de efecto por todo lo que ello además representaba: un músico alemán igual que él, que además hacía las delicias de todos los ingleses exactamente como al rey le gustaría hacer.

Haendel a la izquierda y el rey Jorge I a su paso por el Támesis el 17 de juliode 1717. Pintura del siglo XIX de Edouard Jean Conrad Hamman.

Es en este contexto cuando le encargan la composición de su Water Music; una colección de danzas en forma de suite que serían interpretadas desde una barcaza por los mejores músicos siguiendo al barco en el que iría el rey y la más alta aristocracia. El recorrido de dicha expedición se llevó a cabo a lo largo del río Támesis desde el Whitehall Palace hasta Chelsea, donde se sirvió una gran cena acompañada también de música de Haendel para después hacer el mismo recorrido fluvial de vuelta. En resumidas cuentas, se trataba de un enorme paripé en el que el rey buscó mostrar a la población londinense que asistió atónita el 17 de julio de 1717 a tamaño espectáculo que, pese a la oposición desde muchos flancos, el rey estaba ahí con todo el poder y la ostentación posible. Y Handel junto a él.


Diez años después, cuando el rey Jorge I murió de un repentino ataque al corazón, la sucesión por parte de Jorge II debía producirse en un acto de la más alta alcurnia. Por otro lado, no pasaba desapercibido por nadie que si debía haber música políticamente ligada a la realeza debía ser la de Haendel, nuevo ciudadano británico por expreso deseo del anterior monarca. Por ello se le encargaron sus Coronation Anthems para el acto de acceso al trono del nuevo rey. Los textos utilizados fueron escogidos de la King James Bible, la traducción más popular al inglés de la Biblia que había de las sagradas escrituras, publicada en 1611. Para Zadok the Priest, el primero de los himnos y el que ocupa nuestra investigación, los versículos seleccionados fueron los siguientes:


“Zadok the Priest, and Nathan the Prophet anointed Solomon King.

And all the people rejoiced, and said:

God save the King! Long live the King!

May the King live for ever, Amen, Allelujah”


Dicho pasaje narra la primera coronación bíblica del Libro primero de los Reyes del Antiguo Testamento. Tiene lugar tras una serie de conflictos con Adonías, cuarto hijo del Rey David. Tras prácticamente autoproclamarse rey debido a la vejez del Rey David, el profeta Natan, junto al sacerdote Zadok, convencieron a Betsabé, madre de Salomón y última esposa del monarca, de que recordara a éste la promesa de que su hijo debería ser el elegido para gobernar. De esta manera, David proclamó a Salomón como su sucesor y se produjo la coronación tal y como se cuenta en los versículos elegidos por Haendel. No es de extrañar que el compositor eligiera este pasaje. No es sólo debido a que se expresaba el mismo acto que iba a llevarse a cabo en la abadía de Westminster para conmemorar la llegada al trono del nuevo monarca. El rey Salomón es recordado por ser un gobernante justo y sabio, el más capaz de discernir entre lo bueno y lo malo. La leyenda del famoso juicio entre las dos supuestas madres de un mismo niño es sólo un ejemplo que era de sobra conocido por todos. Es por ello que el texto es el idóneo para la coronación de un nuevo rey que se presenta a la vista de todos. La idea de equipararlo a Salomón ensalzaba su figura elevándolo a leyenda y a justiciero de la nación. Además, la coronación del soberano inglés apenas ha variado en los últimos diez siglos, por lo que incluso se conserva la tradición del ungimiento en aceites que también es narrado en el versículo bíblico.


La ceremonia de la coronación.


Tal y como se hacía a principios del segundo milenio después de Cristo, la ceremonia de coronación se producía en la abadía de Westminster oficiada por el arzobispo de Canterbury- Durante el acto principal, además de los miembros de la realeza, asistían los miembros más representativos del pueblo, así como del gobierno y de la Iglesia británica. No sólo se trata de un acto de celebración y festividad, también es un acto de tremenda solemnidad religiosa en el que el nuevo Rey primero realiza el acto del juramento, para después ser ungido por el arzobispo tal y como ya hemos mencionado anteriormente y tras ello es bendecido y consagrado en el trono del Rey Eduardo, construido en el siglo XIV y utilizado desde 1626.


"Westminster Abbey, with a Procession of Knights of the Bath". Giovanni Antonio Canaletto


Una vez el nuevo monarca ya está listo, el arzobispo le entrega el orbe y el cetro y le coloca la Corona de San Eduardo (las tres piezas más importantes de las Joyas de la corona británica) para más adelante celebrar la Sagrada Comunión entre los presentes. En el caso de la coronación del Rey Jorge II, como en la mayoría de las que se han producido hasta la fecha, se coronó junto a él a su esposa Carolina de Brandeburgo-Ansbach, y la ceremonia fue oficiada por el arzobispo William Wake.


Se desconoce exactamente en qué momentos de la ceremonia debían ser interpretados los cuatro himnos que compuso Handel para los actos de aquel 11 de octubre de 1727. Pero el orden original era en primer lugar Let thy hand be strengthened (probablemente para la entrada del monarca en la abadía), después Zadok the priest (tal y como vimos anteriormente fue seguramente utilizado para el ungimiento) y para finalizar The King shall rejoice y My heart is inditing (para las coronaciones del rey en primer lugar y de la reina en segundo lugar). Sin embargo, en las últimas coronaciones el orden ha sido alterado, cambiando de lugar Let thy hand y Zadok.


Gracias a los archivos atesorados en el Palacio de Lambeth (residencia del arzobispo de Canterbury desde el siglo XIII), conocemos algunos datos de cómo se produjo la ceremonia de aquel día. En el manuscrito MS 1709b, que recoge una copia del servicio religioso de la coronación, encontramos algunas anotaciones del propio arzobispo de Canterbury, William Wake, con ciertas referencias a las intervenciones musicales escritas para la ocasión, haciendo hincapié en los numerosos fallos y errores que hubo durante la interpretación. Gracias al documento citado a pie de página “Lambeth Palace Library Research Guide Sources for the Coronation” podemos mostrar algunas de éstas anotaciones:


“El primer himno fue omitido debido a la “negligencia del coro de Westminster” los siguientes fueron “confundidos” y Zadok the Priest, compuesto para ser interpretado en primer lugar, “fue cantado en un lugar incorrecto de la ceremonia”.


Parece imposible pensar, por alguna extraña razón que se nos escapa al entendimiento, que los músicos contemporáneos de los grandes compositores cometían errores o se equivocaban y tenemos siempre en mente la idílica imagen de que los estrenos de las grandes obras del pasado fueron una versión perfecta, por no decir “la versión”. Pero, sin embargo, ésta es una prueba más de que, ni los actos de la más alta pompa y alcurnia estaban exentos de errores y meteduras de pata. Handel seguramente debió temer por su integridad en algún momento si tan tremendamente mal salieron las cosas. Jamás pudo pensar que 300 años después de aquel desastroso estreno, dicha música seguiría usándose para el acto de coronación no sólo de la casa real británica, si no del más importante trofeo deportivo del viejo continente.


Sin embargo, gracias al testimonio de Cesar de Saussure, noble francés que se dedicó a viajar por toda Europa dejando constancia escrita a través de sus cartas para sus familiares, conocemos un poco más acerca de algunos detalles de aquella ceremonia:


“Durante toda la ceremonia, un grupo constituido por los más habilidosos músicos, junto con las mejores voces de Inglaterra, cantaron admirables sinfonías, dirigidas por el célebre Sr. Handel que había compuesto la letanía.

…cuando el Rey y la Reina entraron en el recinto de Westminster, la luz de las velas empezaba a apagarse. Había unos cuarenta candelabros con forma de corona colgando del techo, cada uno de ellos con unas 36 velas. Con la aparición del Rey, todas esas velas se encendieron luminosamente de repente y todo el que allí estaba quedó atónito ante tal espectáculo maravilloso de luces. A través de unos pequeños cordones de algodón cuidadosamente preparados de una vela a otra se había arreglado con tanta habilidad que ninguna vela quedó sin encenderse. El Rey se sentó en su trono y la Reina en el suyo y esperaron juntos a ser coronados. Las tres pequeñas princesas se sentaron también, pero a cierta distancia de sus padres.”



El nacimiento del fútbol y las competiciones internacionales.


Qué duda cabe de que el fútbol es un deporte que despierta pasiones. Ríos de sudor, tinta y cerveza siguen corriendo año tras año en torno a una práctica que apenas ha variado en un siglo de historia. Cuenta la leyenda que, aunque conocemos algunos antepasados griegos, romanos, chinos y aztecas, es un deporte originado en Inglaterra por los seguidores de la regla de no utilizar las manos para jugar, establecida en la mítica reunión de la taberna londinense Freemanson en 1863, en la que se fundó la Football Association. Tuvo una expansión bastante rápida por todo el mundo, siendo de sobra conocida la historia de cómo llegó a nuestro país: a finales del siglo XIX, los mineros ingleses que iban a la zona del río Tinto, en Huelva, a explotar las minas de carbón, aprovechaban los descansos de las duras jornadas de trabajo para ponerse a jugar a su deporte favorito. Los lugareños, quedaron atónitos con aquel deporte que tanto divertía a los británicos y muy pronto fundaron su propia “sociedad del juego de pelotas” para competir contra ellos, bajo la presidencia de la figura del doctor escocés Williams Alexander Mackay, el médico de la ciudad, y creando un club de recreo que más adelante se convirtió en el Recreativo de Huelva, el equipo más longevo del fútbol español para rivalizar por el creado por los británicos, el Rio Tinto F. C.

Foto del Río Tinto F.C. , fundado en 1873

La expansión del fútbol a principios del siglo XX ya es total, y por ello se crea en el año 1904 la Federación Internacional de Asociaciones del Fútbol, la FIFA, para establecer la normativa oficial y organizar, por primera vez, un campeonato mundial de equipos nacionales que tuvo lugar en Uruguay en 1930, tras varios intentos fallidos de crear una actividad de carácter internacional. El primer campeonato de naciones americanas se produjo en el año 1916 y, el primer europeo de selecciones fue organizado mucho más tarde debido a los inconvenientes surgidos en las dos grandes guerras del continente. Tuvo lugar en Francia en el año 1960.


Pocos años antes se había constituido otro importante organismo a nivel Europeo para la organización y gestión interna de los diferentes países. Se trataba de la Union of European Football Associations, afincada en Basilea, Suiza. El mismo año de su fundación constituyen un torneo en el que participaron los mejores equipos de cada una de las diferentes ligas asociadas a la nueva institución, torneo al que llamaron la Copa de Europa.


Dicha competición se consolidó como la más importante del continente y quien llegara a levantar el título convertía a los equipos como potencias futbolísticas mundiales. Curiosamente, existe una bella conexión entre esta competición y los dos equipos de la Liga española que ganaron el campeonato: el primer trofeo de Copa de Europa que se organizó fue ganado por el Real Madrid en el Parque de los Príncipes de París en el año 1956 y el último antes de cambiar el sistema a la nueva configuración lo gano el Fútbol Club Barcelona en el Estadio de Wembley de Londres en el año 1992.



La UEFA Champions League.


Tras más de cuarenta y seis años de competición, se decidió establecer ciertas novedades en el año 1992 cambiando el sistema de la primera ronda por una liguilla clasificatoria de cuatro equipos, tal y como se hace actualmente en los campeonatos mundiales (por eso recibe el apelativo de league). Los requisitos para poder participar también se ampliaron: mientras en las primeras competiciones que se organizaron solo participaban los equipos que habían ganado los campeonatos nacionales, a partir del nuevo sistema las grandes ligas podrían aportar hasta cuatro equipos de los cuales al menos dos realizarían una fase clasificatoria previa. Ello contribuyó a la ampliación del número de equipos participantes y a la inclusión de equipos de ligas de nuevos países afiliados a la UEFA con ligas menos poderosas.


El poder de expansión que había logrado el fútbol en la década de los noventa era absolutamente total y ya era considerado por muchos como el deporte rey del viejo continente. Todas las televisiones pujaban por los derechos de retransmisión del campeonato y, en países como España llegaba hasta manos gubernamentales su explotación tras la conocida guerra entre el grupo Prisa y Vía Digital que acabó con la famosa ley promulgada por Francisco Álvarez Cascos en que se establecía el fútbol como elemento “de interés general”.


La importancia que había adquirido ésta práctica deportiva traspasaba fronteras y los grandes acontecimientos de las competiciones empezaban a necesitar revestirse de la mayor elegancia posible. Ostentar el título de campeón de Europa es considerado hoy por hoy como ser el mejor equipo del mundo a nivel de clubes y es la gloria que todos anhelan y muy pocos alcanzan. Es el sueño que todo futbolista ha tenido alguna vez y por el que los mejores equipos se preparan año tras año. En definitiva, se trata de situar a un grupo de personas por encima del resto tras ganar la batalla sobre el campo que les llevará a la cima. Se trata exactamente de lo mismo que le sucedió al Rey Jorge aquel 11 de octubre de 1727, de ser coronado a la vista de todos como si de una divinidad se tratara. Y, de la misma manera que a Haendel se le encargaron en su día los Coronations Anthems para la ocasión, en este caso la UEFA solicitó al compositor Tony Britten en 1992 que compusiera el himno de la Champions League, aquel distintivo que magnificaría desde ese momento a los equipos que lo hacen sonar en sus estadios. Y para ello, qué mejor que utilizar elementos de Zadok the Priest.



El himno de la Champions League

El nuevo himno de la Champions League da comienzo con reconocibles elementos similares al inicio de la música Haendel, aunque, en pocos compases Tony Britten introdujo novedades para ofrecer un nuevo aire a tan conocida música para dotarla de cierto suspense y carácter popular. La letra del himno está escrita en tres idiomas, las tres lenguas oficiales de la UEFA: inglés, francés y alemán.

El himno fue grabado por la London Royal Philarmic Orchestra con el coro de la academia de St Martin in the Fields y se emite por la megafonía de los estadios antes de dar comienzo a los partidos de la UEFA Champions League, mientras un grupo de jóvenes ondea en el centro del campo una bandera a imagen y semejanza de un balón de futbol hecho con estrellas en lugar de rombos y hexaedros (es el emblema de la competición). En las retransmisiones televisivas de los partidos, se emite una versión más corta al comienzo y al finalizar el acto. Su versión real nunca ha sido utilizada por ser demasiado larga (unos tres minutos) para lo que demanda el espectáculo televisivo, a nivel mundial, uno de los acontecimientos deportivos más importantes del año.



Suerte para el sábado. Y que gane el mejor.

© Guillermo Turina



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